Así no más era, una tarde calurosa en el patio de mi
casa.
Vi como comenzaban a llegar las pulgas en masa.
Eran tantas y no pedían ni permiso, que me quedé
estupefacto de asombro.
Era extraño, porque avanzaban amontonadas, sin saltar…
Y parecían cargar sus maletas y llevar sus pulguitas en esos sus hombros de pulga.
Pero el día en que comencé a ver arañitas por todos
lados,
Ese mismo día fue el día en que descubrí que era sólo
mi imaginación,
Y que esa vocecita que me decía “¡quémalas, quémalas!”,
no era un amigo imaginario ni impulsos míos propios, sino sólo macabras voces
dentro de mí, pero que no eran mías.
No señor, no, no fui yo.
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