jueves, 21 de julio de 2011

Esperanza perdida



El día de llegada al módulo 4, fue el primer de muchos días.
Esa noche la bienvenida: una herida en el cráneo que borboteaba sin cesar. Lo especial de esto, sencillamente que ellos mismos te cosen la cabeza con hilo y aguja domésticos, sin tapujos y ni pío podés decir. Cómo no recordar cómo se iban hilvanando mis pensamientos y desmembrándose a cada puntada. Ardor, punzadas hirvientes, escozor, filo oxidado y mal pulso; juguete del demonio disfrazado de cirujano. Y todo por querer ser un novato respetado, queriendo resguardar un poco de lo que me jactaba en la calle. Malditos hijos de puta.
Y lo peor es que a los llorones le va peor.

Esto te va moldeando los rasgos, los gestos, los surcos en tus pómulos ahora sobresalientes. Las manchas en la piel, el hedor en la lengua. La rutina te va carcomiendo desde adentro, pero sabés que no podés sino continuar con todo sin arrugar siquiera la frente. Cómo no sentirlo, ese ácido danzando por tus venas infladas, infectadas con tanta mierda. No llores, no, no llores papá.

Yo sí supe leer y escribir, pero también supe (sé) qué es no tener a mamá.
Mamá lejos, porque nunca me quiso. Nunca ni siquiera en navidad.
Tan cerca pero tan lejos, como se dice. Porque la conocí, pero ella nunca a mí en verdad. Me llamaba hijo, pero de hijo sólo tenía sus pecas. Vivir con ella, nunca tuve esa experiencia.

Trazar un par de garabatos de arrepentimiento en un trozo de papel, casi ni sentido tiene, pero aquí se vive al filo, y comenzás a apreciar estar afuera. Lo que es no ver una plaza, una flor, el mar… ni darle un paseo a tu pequeña niña que debe preguntarse dónde está papá.

Y, ¡cómo no, la celda de castigo! Bendita compañera de noches y días y noches interminables. Y de esos manguerazos de agua fría, para hacerte reaccionar. Porque ahí te encerrán y no comés, no bebés, no dormís casi, no te lavás ni te deján ir al baño, no sabés qué hora ni qué día es. Si es que lo es. Todo ahí junto, todo ahí mezclado. Para darle un toque humanitario, te tirán un colchón de espuma seca y dura, incluso siendo generoso con la descripción. Pero, te lo merecés, escuchás que dicen.
Algunos incluso te hacén ladrar y aullar, para recordarte lo perro que sos, y lo nada que valés.

Cuántas tallas bajé, kilos de menos, al igual que un anoréxico… mis costillas bien dibujadas, aspecto esquelético. Y ni un espejo en el que mirar cuán lejos estás de tu propio aspecto.

Ésas palizas, ése hambre y sed… era celda para enloquecer. Tanto silencio que ya ni a vos te podés escuchar de tanto pensar… te inducen a no querer más.
Cuando te cansás de gritar, ya es como estar al borde... no sentís siquiera.
Sólo escuchás ecos, sordos y puntiagudos, entrando por tus sienes sudorosas y frías. Frías, frías… como la sangre de un animalejo escamoso reptando en tus adentros, anidando, poniendo sus huevos y queriendo escapar. Y esos bichos escapan con uñas y dientes, ya te lo podrás imaginar. Como cuchillas en tus pulmones, como un castigo sobre otro castigo, el de verdad.

Y se te viene a la sesera esa palabra que sólo la pronunciás cuando no la tenés: libertad.
Lo que es dejar rastros, que no resulte perfecto, que te descubran, que te atrapen y puedan probarlo. El dueño de la casa reconociendo las especies sustraídas, hacer un viaje tan largo y sin saber si retornarás o te quedarás en el camino. La incertidumbre que nunca conocí, las culpas que nunca reconocí, y aún más, negué la paternidad. ¿Hoy? …todas fantasmas, inescrupulosas y con apariencia de ajenas, que se burlan de tu estado actual, de tu corte de pelo, de tu trasero que te parece un mal sueño… me lo habían dicho, pero tanto tiempo aquí ya parece que fuera eterno. Ya ni duele. Parece chiste, después de todo esto. Y vos también tenés que hacerlo, sino demuestras debilidad y te caen encima. Al menos luego de varias cicatrices, ya no me vienen con pendejadas.

Lo que es no querer cambiar. Porque nadie dice que lo vaya a hacer, ni que tengo incentivos para ello. Después de esto, ¿qué amenaza más puede haber?. El arrepentimiento nunca ha sido mi estilo, además de nada sirve. Lo hecho, hecho está. La salvación puede servir como consuelo, pero no es suficiente para un ateo. No me satisface arrepentirme, ya no puedo, ya ni siquiera puedo llorar, no me siento capaz.

Alejarme de aquí parece no hacerse realidad, es como avanzar y retroceder a la vez. Es una carrera que no quiere terminar, un caminar para atrás. Es recobrar sentido de espacio y tiempo, y confundirlo. Es estancarse en un nudo ciego. Manosear en la cabeza lo primero qué hacer si se llega a producir tal evento de que llegue la hora de salir de aquí.

Si alguien quiere sentir, que venga… esto sí que es vivir, vivir para esperar, para salir a lo mismo, cómo no entienden. No soy de los que creen en que afuera serán las cosas más fáciles. No, señor, ya no creo en el viejito pascuero. Ya ni contar regresivamente es un alivio. Sólo pesan los días, años que han pasado. Y los que pasarán. Pesan, pisan, te zapatean en la nuca.
Pero, ¿cómo llamarle “pasado” si aún está aquí, en cada respiro, en cada gota de sudor y de frío?

Aquí el pasado ni el futuro existen.
Soy atemporal, un vil animal.

Saludos al más allá… al más allá de las rejas, del patio, de las celdas y las armas, las amenazas y el alcohol artesanal… más allá del despertarse creyendo que es el último día, cada día.
Si quieres visitarme, te puedo invitar a caminar y conversar en mi lenguaje poco convencional. Aquí si no entendés los códigos, te comerán.

Con el criterio de ojo por ojo… me hubiere ido mucho mejor.
Se despide, el que no cree en rehabilitaciones.

Es un hastaluego-nuncajamás. /iemphCMOB, fa clala.

miércoles, 20 de julio de 2011

Reflejo


Un espantapájaros.
Sí, ése espantapájaros a través del espejo.
Mirándome con cara de pregunta y arrugándose por esta misma razón.

Y, sí, soy el espantapájaros.
Mi cabello pajoso, mi sonrisa maldibujada, ojos sin brillo, piel amarilla.
Sí, y una postura cuasi teatral, erguida artificialmente por mis ganas de verme más alta. Pero espantapájaros al fin y al cabo.

Los espejos mienten, pero también nos dicen qué es lo que queremos ver en verdad. Nos ayudan, pero también nos pueden hundir.
Llegada cierta edad, es mejor no visitarlos a menudo si somos de aquéllas personas a las que la vida ya nada les puede ofrecer.

Y aparecen las arrugas, las cicatrices en todo tu cuerpo.
Y piensas en qué has hecho todo este tiempo.
Muchas imágenes, vertiginosamente te envuelven, incluso te pueden hacer vomitar. Cuidado con vomitar sangre. Aunque esto sólo vale para quien no vive para sí, como es en nuestro caso. Y de eso me ocupo en estas líneas, de lo empañado, de lo miserable, de lo desgreñado. De lo no respetado.

Acaricio el bendito espejo, hago muecas, intento sonreír. Pero ya ni dientes quedan de los cuales sentirme orgullosa.

¿Ésta soy? ¿Cómo es posible?
¿Y mis años, dónde están?

Cuánto tiempo me he dormido en esta pesadilla sin contornos, de la que no puedo escapar… porque la he cimentado a pulso, sin darme cuenta.

Estoy sola, porque ya nadie me soporta. Mi humor, mi olor ahumado.
Me miro y miro, y parece una broma cruel, sarcástica. Malhecha.

Hey, ¿dónde está la cámara? – quisiera pensar.
Mi voluntad… ¿dónde se ha ido?

Heme aquí, mordida por la seca rabia de los demonios que he alimentado sin saberlo (ni quererlo) todos estos años.

Sirve de nada el llorar, sirve de nada el arrepentirse, esto ya no puede reponerse, ni volver a brillar. Me condené por apartarme tan diametralmente de lo que pude y no construí. De mis sueños, de lo que quería para mí. Pero la gente, tanto me importó… di lugar a todo tipo de envidias, de intrigas, de malvivir… de no respetar a lo que creí decir que sí. Las cosas no son lo que se dicen que son, sino lo que son.

El espantapájaros me mira y se ríe, pero en realidad no tiene expresión alguna. Qué triste escena. Pero ya no queda más compañía. Salvo (quizá) de una vil mueca de agonía.

Luego de mi ducha matinal, salgo del baño y vuelta a las peleas.
Tal vez si dejara de vivir para el resto mis casi sesenta no pesarían tanto. La autocompasión me amarra el pie a la cama, por un par de horas, y la rabia acumulada me expulsa de la misma por las mañanas.
Muerdo rabia y rumio desgano todo el día.

No disfruto de la compañía en la cama, siento que no hay espacio para mí, que estorbo. Incluso a veces prefiero dormir en el suelo, es más cómodo. Todo es tan pesado, que no quisiera más. Pero miro alrededor y veo lo que llamo familia. Esa ilusión…

¿Familia?
En realidad los deseé tanto, que cuando llegaron no pude más que representar un papel, y mal representarlo, porque nunca lo tomé en serio. No eran responsabilidades que me acomodaren, pero llegaron. Y siguieron llegando, pero en forma indirecta. Y fui madre ausente.  Ausente incluso de mí.

Nunca logré ver todo esto, pero rasgando los vestidos de la muerte se aguzan los sentidos, y aparece tan claro… tan obvio, tan natural.
En definitiva, me quejo todo el tiempo de lo que permití fueran mis días.
Me quejo porque así parece no ser mi responsabilidad, mi carga, sino del resto.

¿Algo distinto?
Tal vez no sea tan tarde, es cierto.
Pero puede que mi maltratado cuerpo no resista.
Y eso sí me lo puede mostrar el espantapájaros en el espejo.
Ya ni perdón puedo pedir, mis palabras no son oídas con seriedad.
La incredulidad hacia mi persona ya está ramificada, igual que ese tumor en mi pulmón.

Si pudiera volver… ya saben.
Pero no se puede.

Apuesten bien, miren que a veces no hay dos manos iguales en toda la vida.
Lo aprendí tarde, pero lo aprendí. Es mi legado, mi razón de ser.

Amen, por favor.-

lunes, 18 de julio de 2011

Antes del final


El reloj marca las 4 am en punto.
Sin sueño ni frío, tal vez sólo un poco de hambre me acomete.
Comeré algo antes... necesito saciarme.

Ni siquiera le extraño, para graficar mi falta de evocación sobre un objeto (objeto en el sentido más amplio posible, incluyendo sujeto).

Heme aquí, en los confines de mí mismo.
En mis sentires más compactos y extensivos nunca antes experimentados.
Tal vez debiera haber reído a rabiar y llorado a mares más veces.
Tal vez haber tenido más aventuras, y a más desconocidos volverlos conocidos.

Ser más macho, más dominante, haber engañado alguna vez para saborear lo prohibido bajo mi lengua y después reconocerlo abiertamente. Y que me abofetearan de decepción, sentir la indiferencia, hasta el odio de mi amada, por mi engaño tan repulsivo hasta para mí mismo. Inventar un juego y no dejar que pereciera por dejarme consumir por la rutina. Debí celar más también, quizá si lo hubiera hecho no me hubieran dejado tantas veces, bien es sabido que las mujeres huyen de los hombres que no sienten celos por creer férreamente en que ellos son un signo de amar con locura y pasión; y como bien saben esto, se alejan si no se sienten así de deseadas.

Debí bailar ebrio sobre una mesa y dedicarle una canción en público a una muchacha tierna y risueña para conquistarla, aunque todo el público se tapare los oídos frente a mi tonada de confesión. Debí caminar más bajo la lluvia y hacer el amor en serio. Más sexo, pero con condón, sea con la misma persona, como con varias distintas, pero nunca agregando más de una persona por vez.

Nadar desnudo en el mar de noche, o en su defecto, en una piscina, pero bajo luna llena.

Debí criar muchos hijos, viajar por el mundo; aunque esto suene algo incompatible realizarlo simultáneamente. Sonreír por cosas simples, regalar una flor de cuando en vez, sin excusa alguna.

Ser un cínico y llorar al descubrir una infidelidad.
Sorprenderme con un nuevo día y añorar sólo los pasados que valgan la pena: los más felices y los más tristes (recuerdo algunos inclasificables en estas pobres categorías).

Beber más alcohol por montones, tener más deudas que no pagar.
Cometer un crimen perfecto, sin dejar rastros y dejarlo salir a la luz después de los años necesarios para lograr su no persecución.
Pelear a puñetazos con uno de mis amigos más robustos por una tontería sin importancia, por una broma mal hecha, por ejemplo. Iniciar peleas sólo por aburrimiento, como todo el mundo lo hace.

Aprender a masturbarme sin culpa alguna, pensando sólo en mí y en la naturaleza, y no en el prototipo de mujer perfecta usual y manoseado. De hecho, mi mujer perfecta no debe tener pechos más grandes que los de un hombre delgado (yo soy tan delgado, por eso no digo no más grandes que los míos). Dejarme penetrar alguna vez, aunque no sea por un hombre.

Creer en Dios, tanto como ÉL cree en mí.
Ser malvado en serio, y no arrepentirme de mis errores.
No haber pedido perdón por algo de lo que no me arrepentía.

Amar a una amiga y dejar que me amara ella también a mí.
Tener un hijo con ella y ponerle mi nombre, aunque no resulte varón. Y luego marcharme lejos para que me extrañaran, volver más tarde (pero no tan tarde) dejando que me perdonen por ser quien soy. Porque un padre siempre merece perdón por estas consideraciones. Pero una madre, ¡ay, pobre de la madre que lo haga! Al infierno en vida, no puede ser de otra manera.

Pero ya el reloj marcha sobre sí más adormitadamente, por el licor que bebí. Me espera en la cama una soledad inmensa que me araña la espalda porque no me quiere en verdad. Debo volver a mi noche triste y sin sentido, para ser más feliz por la mañana cuando todo acabe por fin. Despedirme siempre ha sido tan difícil. Que me perdone el que tenga que hacerlo, mas no puedo desistirme. Ya no puedo contra la autocompasión. En definitiva, no tengo quien me llore, y eso lo vuelve más fácil y necesario. Más aceptable, más justificado. Estoy tan seco, vacío. Tan marchito, viejo y malavenido…

Decidir no existir no es una decisión tan fácil como se cree.
4:44 hrs.

Amen, si es que pueden.-

sábado, 16 de julio de 2011

No me seducen, malditos sean

Parece mentira. Vete de aquí y ¡no vuelvas!
No, por favor. Otra vez no, no vengas a mí.

Esa vil burbuja de sangre en mi boca, bullendo desde mi interior.
Esa llama quemando mis pensamientos, mi raciocinio, mis más dulces emociones. Boicoteando mis relaciones.

El más absurdo de los sentires, de los que precisamente son necesarios para verificar que estás sintiendo. Ironía pura de la vida.

No lo quiero para mí. Pero está ahí otra vez, rasgando mi cordura, mordiéndome la nariz y mostrándome su lengua. Mil veces quisiera escupirte, pero a medida que más lo hago más te multiplicas en mi cabeza y en mi boca… en mis entrañas… sé que no es real, que no es más que una imagen creada en mi consciente, jugándome una mala pasada. Y eso es lo más terrible… porque siempre es posible, a pesar de la confianza. No creo en la confianza absoluta, porque no hay incondicionalidades, porque somos falibles. Malditos seres enteramente falibles y humanos, con todas sus cualidades susceptibles de presentarse en una persona. Como ésta, una de las más humanas que he sentido.

Le quiero, le quiero como nunca antes lo hice, sin querer cambiarle nada. Tal cual es, le quiero, incluso tal vez más que eso, más que un querer cualquiera, querer a cualquier otro. Es distinto, pero ahí viene la maldita burbuja queriendo escapar. La había controlado bien, no se había formulado en todo su esplendor, porque me era suficiente abstraerme y dejar a un lado las infames invenciones de mi cabecita.

Pero esto es rotundamente distinto.
Es como una canción tétrica que suena en mi cabeza, estridente, haciéndome sangrar las pupilas de tanto cerrar los ojos negándome a la imagen, imagen recordando pasados no vividos por mí, no siendo yo la protagonista, pero estando allí como un espíritu observando la escena, impotente, miserable y sin razón, precisamente porque no me pertenece el recuerdo, ni el recordarle como mera espectadora. No quiero permitirle entrar en mí esta vez. No permitirle manipularme con sus seducciones mal entendidas… ni marcarme con su mordida venenosa.

¿Qué pretende?
¿Qué quiere lograr?
¿Querrá repetirlo? ¿Una nueva oportunidad?
Ante esto me desespero… y me siento verdaderamente ridícula.

Ridícula a rabiar, porque desaparezco de su relato y le hace recordarla con ese simple gesto que puede parecer inofensivo, pero que para mí es declararme la guerra abiertamente. No señor, no te daré oportunidad, no me relajaré ante tamaña señal, ante el insinuarle todo lo que significó para él, sea sólo como una aventura pasajera o lo que fuese. Si acechan en mi territorio, ya verán con qué fiera se pueden encontrar. No es cuestión sólo de confiar en la persona que quieres, a las víboras hay que espantarlas antes que muerdan y puedan envenenarte.

Si sigue con sospechoso acercamiento, si no hace algo él, lo haré yo.
Nadie me viene con rodeos. Quizá sea exagerar, pero prefiero eso antes que tener que reaccionar ante una posible situación creada por las amenazas a mi tranquilidad.

Las amenazas las expulso de mi territorio con todo lo que tengo. Los animales saben defenderse de las amenazas en el momento oportuno. Ni siquiera pienso dejar que tenga oportunidad de acercarse tanto como para tener que espantarle.

Ahora bien, si la prefiere cerca, la consecuencia será mi apartamiento. No me seduce una vida llena de intrigas y mentiras. No pretendo, bajo ningún respecto, coartar libertades algunas, salvo que me perturben y no me respeten. Pero eso no tengo cómo comprobarlo. Prefiero confiar, pero no soy estúpida tampoco. Que sea entendido a modo de advertencia. No estoy para este tipo de sandeces, me inquieta y me hace querer irme. Me despierta por las noches e interrumpe bellos momentos, o no los deja surgir espontáneamente. Por eso no quiero que vengan, malditos sean.

Posiblemente este sea el efecto que se quiera, mas tengo las cosas claras: quiero y mientras sea recíproco, lucharé por ello. Pero si percibo tan sólo un dejo o atisbo de querer entrar en ese retozo, me aparto del mismo sin retorno posible, porque hay que respetarse ante todo.

Apretar los dientes no es agradable, el sabor de la sangre tampoco lo es. Creo que no era tu intención que me pasara esto, pero queriendo evitarlo, se produjo el efecto contrario. Soy comprensiva, pero el ocultar datos relevantes, algo quiere significar, por eso sobre-reacciono. Porque si fuera dato tan irrelevante, no costaría trabajo el confesarlo. Si te cuesta expresarlo, es porque te parece que no debiera saberlo… y ahí comienzan los problemas y las desconfianzas, precisamente porque antes si las dabas a conocer. Si dejas de hacer algo que antes hacías es porque ya no confías como antes, y eso no es bueno para una relación de comunicación como la que creo mantener.

Lo más lejano a lo que intento expresar sería que trato de reprimirte: haz lo que te plazca (parece absurdo decirlo, puesto que no puede ser de otra manera), pero no me involucres en un triángulo del cual no me interesa participar. Si te interesa lo que todo esto me puede hacer sentir, sólo no seas tan poco empático, ponte en mi lugar, aunque te cueste. Créeme que me doy cuenta cuando no estás siendo honesto, o al menos es cuestión de tiempo. Si te diera lo mismo ésa persona como dices que es, entonces no hagas cosas de las que puedas arrepentirte. Si necesitas un buen contacto, mantén distancia prudente para no hacerle creer que es distinto, que le dejas la puerta abierta, por que parto de la base de su no desinterés en ti. Las mujeres si notan una ventana abierta, intentarán abrir la puerta como sea. Y no quiero observar cómo transcurre todo a mis espaldas, ya que los espejos suelen servir para mirar de espaldas, aunque sé que no reflejan la realidad como es. Por lo mismo, no me obligues a utilizar uno y desencantarme de ti como de otros. Te acepto, pero no me hagas aceptarte con cuentas que saldar, no soy buena ahuyentando pasados ajenos.

Esa llama, esa llama irritante dentro de mí. No es por ti ni por lo que puede provocar ella, sino por descubrirme sintiendo esto en mí, esto que el sólo experimentarlo me hace revivir otras experiencias, revivir otros sentires… por lo que me vuelvo infiel. Sí, infiel. Infiel a mis decisiones, infiel a mi promesa de no dejarme sentir esto, ni que le dé lugar aunque pequeño para que se incube. Aun no incuba, pero sólo dos son los caminos: marcar la cancha o serle indiferente. El primero me lleva a expresarme y dejar en claro qué estoy dispuesta a soportar y qué no; el segundo, a que la indiferencia me lleve a que no me importes y a desencantarme de ti.

Las veces que he sido indiferente a ese tipo de señales, han resultado desastres bastante poco atractivos para mi actual existencia y para mi vida en general. A veces hablar mucho deja en evidencia mi supuesta paranoia, pero es el método más eficaz que he encontrado de desahogo. Y creo que entiendes que no me es indiferente lo que hagas o dejes de hacer. Esto sólo depende de ti, pero creo que tengo una maldita facilidad de anticiparme ante las situaciones de riesgo, las cuales no estoy dispuesta a cubrir luego de acaecido el siniestro.

Ahora descubrí que ellos no son más que una intuición oscura sobre el futuro incierto. Miedo puro a lo desconocido, a lo que no depende de mis decisiones directamente, a lo que escapa de mi voluntad.

El inconveniente real de todo esto es que cuando me hacen su presa, me es muy difícil resistirme, me envuelven y no me reconozco… y viene la etapa de desahogo por fuera, esto es, hacer algo para apagar la llama. Vendetta le dicen en otros lugares, yo le llamo mirar para el lado, recrear la vista y decir adiós en ese acto de des-entrega. Ojo: sólo mirar, no implica otro tipo de entregas.

No estorbar, no recibir migajas, no mendigar… es mi consigna.
El vómito celante te debe prevenir de una inminente separatidad. Ellos, una vez instalados respecto a una persona, se alojan en mis huesos y no hay cómo desenredarlos… no aportes a que ello ocurra.

No me seducen celos, malditos celos.
Celos pegajosos, celos malvados y rencorosos.

Les dispararé, para que sepan quien manda.
Los someteré, bastardos, infames y peligrosos
Inmundos bichos escandalosos.

Celos mentirosos, morbosos y monstruosos.

Confío sólo lo suficiente, ni más ni menos.
(En ti como en cualquier otro ser humano)

Más, sería ser ingenua; menos, ser infeliz.
Y qué bien me alejo hoy de lo que no me hace feliz.
No me alejes de ti, que hoy me haces sentir
Y vieras cómo me haces sentir

Sentir muy feliz de ti, de mí, de nosotros.
Un nosotros que vale más que cualquier otro nombre
Que no se rompa, que no se aleje, que no se manche con los bichos ésos
Sólo ayúdame en ello, sola no puedo


Amén.-