lunes, 6 de abril de 2015

La era de las pulgas.

Así no más era, una tarde calurosa en el patio de mi casa.
Vi como comenzaban a llegar las pulgas en masa.
Eran tantas y no pedían ni permiso, que me quedé estupefacto de asombro.

Era extraño, porque avanzaban amontonadas, sin saltar…
Y parecían cargar sus maletas y llevar sus pulguitas en esos sus hombros de pulga.

Pero el día en que comencé a ver arañitas por todos lados,
Ese mismo día fue el día en que descubrí que era sólo mi imaginación,
Y que esa vocecita que me decía “¡quémalas, quémalas!”, no era un amigo imaginario ni impulsos míos propios, sino sólo macabras voces dentro de mí, pero que no eran mías.


No señor, no, no fui yo.

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