Desde
hace mucho tiempo que no escribo desde mí. Porque no sentía la necesidad. Hoy ésta
vuelve a golpear mi puerta, y ya no me resisto tanto como antes.
No
amargarse, no escuchar más los gritos dentro de mi cabeza, sólo volver a introducirse bien los audífonos
en el pabellón auditivo… como si así no se fuera a desgarrar algo dentro de mí. Pero es que ya ni siquiera se desgarra. Quizá ya se desgarró del todo.
Me
está pasando de nuevo.
Ese
frío desde los pies a la cabeza, esa sensación de querer escapar. De huida
eterna, de no querer pertenecer en ninguna parte. De no ser ni mía, de nadie ni
nada. Esconderme dentro de mí y no salir más, no compartirme, irme hacia
adentro… con la incerteza de si querré volver o no. Porque tal vez ya sé que no querré hacerlo una vez más.
Me
aburro, me fastidio… con una facilidad extraordinaria. Inimaginable.
Y
ese dejo de insensibilidad adormecido dentro de mí, ese mismo, ese que paraliza
mis sentimientos. Ese querer algo y no sentirlo.
Cerrar
los ojos y sólo querer no volver a abrirlos. No para no ver, sino para no
despertar simplemente. Para mirar desde dentro, para ver si así se puede ver
mejor. Volver al rojo y al negro. Black
eyed.
Indiferente…
Sólo
viene y se apodera. Y me vuelve débil e indefensa, como cuando era pequeña y los monstruos malos me asustaban. Viene y no me deja momento para sopesar qué es lo que quiero más. O ese estado u otro. Me deja como en piloto automático,
como si no fuera yo, como si cediera mis decisiones a una fuerza que me impulsa
hacia donde no quiero ir. Otra vez.
Busco
y busco dentro, pero es como una búsqueda superficial, como que no quisiera
hacerla en realidad. Es un pescadito escurriéndose por entre mis dedos. Lo quiero sujetar, pero termina escabulléndose sin más. Deja ganas de nada, ni de pensar. Ya ni siquiera frustración... ni decepción.
Ni
ganas de gritar, ni llorar, ni sentir.
Como
si nada fuere real. Podría darme un disparo y no me daría cuenta sino cuando
viera mi cuerpo sangrando en el suelo. Como si nada fuere real. Como si todo
fuera de papel o de espuma.
Y
necesito ese empujón, el que me arranque de este estado; pero aún no decido hacia cuál lado dirigirme. Hacia cuál quiero sentirme atraída. O si es que en realidad quiero sentirme atraída hacia alguno deliberadamente. Quizá sólo me deje llevar por el viento... y estar en todas partes.
Sólo veo dentro de mí que necesito sentirme atraída
por uno de los varios caminos que existen. Pero que sea uno. Las incertidumbres siempre terminan marchitándome.
Muriéndome de a poco, secándome como una flor deshojada, una flor no intacta que
fluye como río en mis pocos recuerdos, mezclándose con lo poco que me queda ahí.
Por
qué vivir.
La excusa para seguir,
para tener fuerzas. Para decir vale la
pena. Para que no se me acabe la mecha. Pero siempre he sabido que una externa terminará no siéndome suficiente, porque todas son perecibles. Y de lo único que estoy segura es de que no me puedo seguir haciendo la tonta con esto. Rojo y negro. La bandera rota de esa mi otra patria.
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