El día de llegada al módulo 4, fue el primer de muchos días.
Esa noche la bienvenida: una herida en el cráneo que borboteaba sin cesar. Lo especial de esto, sencillamente que ellos mismos te cosen la cabeza con hilo y aguja domésticos, sin tapujos y ni pío podés decir. Cómo no recordar cómo se iban hilvanando mis pensamientos y desmembrándose a cada puntada. Ardor, punzadas hirvientes, escozor, filo oxidado y mal pulso; juguete del demonio disfrazado de cirujano. Y todo por querer ser un novato respetado, queriendo resguardar un poco de lo que me jactaba en la calle. Malditos hijos de puta.
Y lo peor es que a los llorones le va peor.
Esto te va moldeando los rasgos, los gestos, los surcos en tus pómulos ahora sobresalientes. Las manchas en la piel, el hedor en la lengua. La rutina te va carcomiendo desde adentro, pero sabés que no podés sino continuar con todo sin arrugar siquiera la frente. Cómo no sentirlo, ese ácido danzando por tus venas infladas, infectadas con tanta mierda. No llores, no, no llores papá.
Yo sí supe leer y escribir, pero también supe (sé) qué es no tener a mamá.
Mamá lejos, porque nunca me quiso. Nunca ni siquiera en navidad.
Tan cerca pero tan lejos, como se dice. Porque la conocí, pero ella nunca a mí en verdad. Me llamaba hijo, pero de hijo sólo tenía sus pecas. Vivir con ella, nunca tuve esa experiencia.
Trazar un par de garabatos de arrepentimiento en un trozo de papel, casi ni sentido tiene, pero aquí se vive al filo, y comenzás a apreciar estar afuera. Lo que es no ver una plaza, una flor, el mar… ni darle un paseo a tu pequeña niña que debe preguntarse dónde está papá.
Y, ¡cómo no, la celda de castigo! Bendita compañera de noches y días y noches interminables. Y de esos manguerazos de agua fría, para hacerte reaccionar. Porque ahí te encerrán y no comés, no bebés, no dormís casi, no te lavás ni te deján ir al baño, no sabés qué hora ni qué día es. Si es que lo es. Todo ahí junto, todo ahí mezclado. Para darle un toque humanitario, te tirán un colchón de espuma seca y dura, incluso siendo generoso con la descripción. Pero, te lo merecés, escuchás que dicen.
Algunos incluso te hacén ladrar y aullar, para recordarte lo perro que sos, y lo nada que valés.
Cuántas tallas bajé, kilos de menos, al igual que un anoréxico… mis costillas bien dibujadas, aspecto esquelético. Y ni un espejo en el que mirar cuán lejos estás de tu propio aspecto.
Ésas palizas, ése hambre y sed… era celda para enloquecer. Tanto silencio que ya ni a vos te podés escuchar de tanto pensar… te inducen a no querer más.
Cuando te cansás de gritar, ya es como estar al borde... no sentís siquiera.
Sólo escuchás ecos, sordos y puntiagudos, entrando por tus sienes sudorosas y frías. Frías, frías… como la sangre de un animalejo escamoso reptando en tus adentros, anidando, poniendo sus huevos y queriendo escapar. Y esos bichos escapan con uñas y dientes, ya te lo podrás imaginar. Como cuchillas en tus pulmones, como un castigo sobre otro castigo, el de verdad.
Y se te viene a la sesera esa palabra que sólo la pronunciás cuando no la tenés: libertad.
Lo que es dejar rastros, que no resulte perfecto, que te descubran, que te atrapen y puedan probarlo. El dueño de la casa reconociendo las especies sustraídas, hacer un viaje tan largo y sin saber si retornarás o te quedarás en el camino. La incertidumbre que nunca conocí, las culpas que nunca reconocí, y aún más, negué la paternidad. ¿Hoy? …todas fantasmas, inescrupulosas y con apariencia de ajenas, que se burlan de tu estado actual, de tu corte de pelo, de tu trasero que te parece un mal sueño… me lo habían dicho, pero tanto tiempo aquí ya parece que fuera eterno. Ya ni duele. Parece chiste, después de todo esto. Y vos también tenés que hacerlo, sino demuestras debilidad y te caen encima. Al menos luego de varias cicatrices, ya no me vienen con pendejadas.
Lo que es no querer cambiar. Porque nadie dice que lo vaya a hacer, ni que tengo incentivos para ello. Después de esto, ¿qué amenaza más puede haber?. El arrepentimiento nunca ha sido mi estilo, además de nada sirve. Lo hecho, hecho está. La salvación puede servir como consuelo, pero no es suficiente para un ateo. No me satisface arrepentirme, ya no puedo, ya ni siquiera puedo llorar, no me siento capaz.
Alejarme de aquí parece no hacerse realidad, es como avanzar y retroceder a la vez. Es una carrera que no quiere terminar, un caminar para atrás. Es recobrar sentido de espacio y tiempo, y confundirlo. Es estancarse en un nudo ciego. Manosear en la cabeza lo primero qué hacer si se llega a producir tal evento de que llegue la hora de salir de aquí.
Si alguien quiere sentir, que venga… esto sí que es vivir, vivir para esperar, para salir a lo mismo, cómo no entienden. No soy de los que creen en que afuera serán las cosas más fáciles. No, señor, ya no creo en el viejito pascuero. Ya ni contar regresivamente es un alivio. Sólo pesan los días, años que han pasado. Y los que pasarán. Pesan, pisan, te zapatean en la nuca.
Pero, ¿cómo llamarle “pasado” si aún está aquí, en cada respiro, en cada gota de sudor y de frío?
Aquí el pasado ni el futuro existen.
Soy atemporal, un vil animal.
Saludos al más allá… al más allá de las rejas, del patio, de las celdas y las armas, las amenazas y el alcohol artesanal… más allá del despertarse creyendo que es el último día, cada día.
Si quieres visitarme, te puedo invitar a caminar y conversar en mi lenguaje poco convencional. Aquí si no entendés los códigos, te comerán.
Con el criterio de ojo por ojo… me hubiere ido mucho mejor.
Se despide, el que no cree en rehabilitaciones.
Es un hastaluego-nuncajamás. /iemphCMOB, fa clala.