Y llegada la hora de horas, enmudezco de pavor. No sé vivir. Llega esa hora en que se estrecha nuestra naturaleza contra nuestra carne, y te la rasga, te la agrieta, te la hace gemir. Y maldigo la maldita hora, la maldita señal del instinto. La cobarde, pérfida e inmunda forma de sentir. Estarse revolcando mucho tiempo sin lograr sentir algo, y cuando menos te lo esperas, cuando no lo necesitas, la vida te da una maldita bofetada en el centro de la cara, te arrodilla y te humilla. Te hace ver que no puedes contra ella.
Y sientes. Adentro algo se enciende. Y juras por Dios y por el Demonio que no querías, pero que algo te susurraba que vendría sin que pudieras hacer nada. Como sintiendo funestos presagios dentro de tu cabeza un par de horas antes. Querer evitarlo, pero no poder contra sí mismo.
No sabés lo difícil que me es sentir a veces, pero sólo el querer intentar dejar de hacerlo parece absurdo y hasta maligno, cruel. Sólo el tiempo puede, sólo el tiempo puede ser ancla. Ancla que me ancla a esta vida y no a otra. Que me hace tambalear sobre mares inconclusos. Pero que me mantiene a firme en el fondo.-
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