viernes, 30 de diciembre de 2011

Nuevo añito (:

Año nuevo, vida nueva.
(Casa nueva, familia nueva, amigos nuevos, novio nuevo, animal nuevo).

wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Amén.-






























¡Saludos totales! XD

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Camila y el mundo

A veces uno no quiere nada con el mundo.
A veces el mundo no quiere nada con uno.

Creo que para que se restablezca la comunicación,
uno debe dejar el orgullo de lado, escupirlo,
y alejarse de la soberbia que nos puede invadir si la dejamos.

Siempre he creído que soy fuerte.
Pero la debilidad me golpea a la cara de cuando en vez,
como si sus olas se acercaran y alejaran y luego volvieran
y arremetieran contra mis costas o límites mentales con fuerza.

Los límites me los doy yo, pero no soy lo suficientemente arrogante
como para creer que todo lo puedo yo solita sin ayuda alguna.

Y eso ya es un paso grande
Necesito del resto, aunque ya no dependo de él.
Y eso, nuevamente, está bien.

De a poquito queda menos camino que recorrer,
pero para eso se necesita avanzar y no retroceder.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Algo distinto en mí


Me está pasando algo que nunca me había pasado tan fuerte..
Ya no extraño a las personas que quiero… a nadie.
Como que no los necesito (y sé perfectamente que es todo lo contrario).
Si están, está bien; si no, lo mismo. Sin diferencia alguna.

Es un desprendimiento abismante, pero sólo lo constato, no lo siento ni me pesa.
Como que perder gente ya no es una preocupación.
A veces el aislarte dicen que es bueno, pero yo sólo he dejado de buscar a esa gente que buscaba y ya no. Me siento agotada de eso. Ya no lo disfruto como antes, por eso es distinto.

No siento apego, sencillamente no echo de menos.
Necesito de mí, pero mi indiferencia es tan tremenda que ni siquiera eso capta mi atención y me hace retornar. No estoy para nadie, ni siquiera para mí.

Algo se apagó en mí.
Ya no está el arcoiris.
Ni están las ganas de buscarle formas a las nubes, sólo están las nubes desabridas e informes que todo el mundo ve. Ninguna diferencia con eso.
Ni las ganas de enfrentar todo con una sonrisa o con una sacada de lengua.

Hay un desierto de noche, así de frío.
No hay motivación ni algo de qué aferrarme.
La excusa, la excusa ya no está. Se fue..

Mi falta de amor propio ya no puedo volcarlo hacia fuera, nada es mío como para luchar o esforzarme por ello. Nada me pertenece, ni siquiera yo misma.

Me alejo y no sé volver.
Mi ángel de la guarda se aburrió y se fue, ahora me quedé sola y lo más terrible es que no me importa mucho realmente. De hecho, sola suena bien, aunque sola sin mí suena a mucho vacío.

Veamos qué ocurre, si me animo o qué.

sábado, 17 de diciembre de 2011

¿Y si...? (II)


¿Y si Dios es sólo esa ilusión que nos lleva a sentirnos mal por no ser perfectos?
Si lo suprimiéramos mentalmente… ¿seríamos más felices por no tratar de ser a su imagen y semejanza?

Dios es perfecto sí y sólo sí su perfección nos incluye, sólo si todos somos parte de él, como él de nosotros, sólo si todos juntos lo conformamos. Cada uno somos un pedacito de él, un trocito de su completa perfección. (Nuestra alma es un pedacito de él).

Sin nosotros, él no es nada, porque nada somos sin nosotros.
Por eso mismo no podemos ser ermitaños, porque nos necesitamos.

¿Y si… sólo nos amáramos de verdad…?
¿Dios, dónde estás?

Amén.-

jueves, 15 de diciembre de 2011

Conversaciones Reales II


- Tía, ¿tienes pesadillas?
- No, nunca tengo pesadillas. (A veces se miente un poquito para no tener que entrar en detalles que no te gusta recordar)
- Porque yo a veces tengo pesadillas
- ¿Qué pesadillas? (Qué raro que me hable de esto de la nada… ¿o no?)
- No sé, pesadillas.
- Pero, ¿cómo son esas pesadillas? Cuéntamelas… (Usualmente soy asustadiza y algo exagerada, pero me interesa escuchar también para saber qué me va a decir este milagro con patas, porque a veces sale con cada cosa…)
- A veces tengo pesadillas despierto
- ¿Como cuáles? (con preocupación, es sólo un niño de cinco años)
- De los tres chanchitos.
- . . .   (expectación, curiosidad y ternura)
- Estaban los tres chanchitos, pero eran chanchitos mounstruos, como de Monster High. Y el lobo era de leña, y tenía cola de león
- ¿De leña?
- Sí, de palo. Y era de leña gigante y se comió a un chanchito monstruo, y se fue corriendo el otro chanchito a donde su hermano, y el otro chanchito hizo una bomba para que se fuera el lobo… Ay, tengo sueño, voy a dormir.
- (¡WTF!) …Pero, ¿cómo termina la pesadilla?
- Termina con que el lobo se quemó la colita y se fue saltando y decía auuuuuhhhh (imitando un aullido: auuuuhhh). Ahora tengo sueño y no tengo más pesadillas. Buenas Noches, tía.
- (¡…!) Martín, ¿Qué es una pesadilla?
- Hmm… Es muy fea. (Después de una pausa y reiteración e insistencia en el calificativo fea, sin saber qué más agregarle… “Pesadilla puh, ¿nunca has tenido pesadillas?... feas puh”).
- Pero ¿cómo fea?
- Hmm… (Pausa). Me la imagino como un león, porque los leones rugen todas las cosas. Me dan miedo los leones. ¿Cierto que los leones muerden a los niños? ¿Cierto que los leones muerden a todas las personas, pero que si le dan comida no se los comen? ¿Es verdad que tenemos carne?
- Sí, tenemos carne en nuestro cuerpo

(Más tarde, cuando creía que ya dormía el pequeño)
- Tía, ¿cuándo vas a apagar el computador? Es que quiero dormir… y quiero que me abraces. Así ya no tengo más pesadillas
- … (Abrazo de una criatura indefensa a otra criatura que la desconcierta).-


P. S.       :    Poner atención a las conversaciones triviales que puede que luego no lo sean.
P. S. (2) :    Los niños son una fuente inagotable de inquietudes y de sorpresas.
P. S. (3) :    Desde mañana grabaré mis conversaciones con ese Martín, para salir de dudas que me surgen.

* Abrazo de ese abrazo que me exige al dormir, yo abrazándolo por debajo de su cabecita con mi brazo derecho, en el hueco de su hombro, y él volteado hacia la pared, dándome la espalda, pero sujetando mi mano izquierda en su guatita para que lo envuelva así. Que lo abrace y no me vaya aún.-

Amén, con rosas navideñas y frutas, trufas y cariño.-


jueves, 8 de diciembre de 2011

Lo de las cartas nunca recibidas

A veces a uno le gusta expresarse por vía escrita.
Porque puede resultar más entretenido, lúdico, mágico y otros calificativos más que Ud. puede solito descubrir.
Porque me gusta leer a las personas, y no tan sólo mirándolas.
Me gusta eso de ir conociéndose por esa vía, porque me va enamorando el hecho de que alguien se dé el tiempo de escribirme con su puño y letra. Porque no es lo mismo que te escriban algo por msn o por facebook. Tal vez sería más reemplazable por los mensajes de texto de celular, pero éstos no son gratis.

Pero es que me gusta eso, y nadie nunca me ha respondido una carta.
Tal vez solamente le he enviado cartas a personas que no les llama mayormente la atención escribir, o quizá sólo no le interese escribirme a mí. Es triste, porque quisiera mantener correspondencia con alguien, le encuentro algo demasiado juguetón o sensual, dependiendo del caso. Pero sé también que no me gustaría mantenerla si es sólo porque yo lo quiero, pues sería forzado y eso le quita toda la magia.

He escrito muchas cartas en mi vida, algunas tal vez muy largas... pero no he recibido ni siquiera tan pequeña respuesta escrita. Tal vez sea una niñería, pero es mi niñería y me gustaría poder concretarlo.

De preferencia escribirle a amigos o personas que te gusten =)
Pero he adquirido el miedo de escribirlas porque sé de antemano que no las responderán.

Sé que las cartas no se escriben para que te escriban a su vez, pero muchas veces es extremadamente necesario tener la certeza de que sí te escribieron, de que te dedican tiempo a escribirte y de que nadie más en todo el mundo recibirá exactamente la misma carta (la caligrafía de la persona es única y nunca sale exactamente igual). Es como un tesoro único e irrepetible.

Desde que me di cuenta de que quiero recibir una, deje de escribirlas...
Sé que no está bien, pero es una especie de mudo luto.

Si alguien alguna vez me incita a hacerlo, quizá vuelva mi espíritu-escribe-cartas, como me gusta.
Como tanto me gusta.

Hoy por hoy, ni escribir ni nada que me guste como eso.-

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Qué es lo que quisiera?


Un complemento, un cómplice.
Un amante natural, fluido, refrescante…

Un alguien libre que me libere de mí, de mis aprensiones, de mis no quereres.
Que me enseñe a dejar que me conquisten, sin rechazarlo de plano antes de darle una oportunidad… y que no importe que sea menor que yo.

Que aparezca de pronto, sin aviso previo y se robe mi atención con ganas de hacerlo.

Que me busque cuando menos me lo espere y me sorprenda con detalles también inesperados, como un beso fugaz de regalo, o una carta aunque fuere en un pedacito pequeño de papel y que fuera de dos palabras.

O que me escriba una carta sólo por preguntarme cómo me estoy sintiendo y para hablar de la vida, ser digna de su puño y letra. Conocernos por esta vía.

Que me conquiste así, de a poquito, para que no lo note; y también que se la juegue por llamar mi atención y conservarla. Que me corteje como lo hacen los machos a sus hembras en la naturaleza, y no que tenga que ser a la inversa como siempre.

Quiero enamorarme de la primera persona que me haga sentir linda (pero que no tenga que decirlo con palabras) y que haga lo posible para demostrarme que le soy suficiente, que no necesita a alguien más. Que no sea cómodo esperando que me desgaste por parecerle atractiva sin que lo note.

Que me haga sentir… que no se me apague.

Que me acompañe a vivir y no se aburra de darme besitos en el cuello.
Que me apañe en mis locuras y me tenga paciencia… sobretodo paciencia.

Pero los quereres nunca son como se quieren.
Porque se quieren y al exteriorizarse ya no se quieren de la misma manera.

Las Camilas satisfechas son una especie en peligro de extinción.
Qué triste constatación. Aunque liviana y pobre constatación.

Camilas en peligro inminente de ahogo, de desquererización.
Porque siempre tienen muchos quereres.
Porque cuando están realmente satisfechas, le hacen caer del cielo para morder la tierra.

Porque son mensas y se rehúsan a creer que no se puede llegar a esa estabilidad que es necesaria… confiar como en un comienzo, creerle al silencio.

Sentirse satisfecho, con el cómplice perfecto.

martes, 6 de diciembre de 2011

¿Y si...? (III)

¿Y si sólo quiero que me coquetees y me conquistes,
y todo eso que le gusta  a las niñas?

 ...

¿Y si...?

lunes, 5 de diciembre de 2011

Mío, Pirigüín con cola

Ésa era la denominación en un comienzo y casi en el último tramo: Pirigüín.
El resto del tiempo se llamó Camilo.

Hoy es un Martín de cinco añitos =)
El más lindo. querible y desesperante ser que camina, corre, salta y trepa.
Es un animalito muy inteligente y despierto, aunque extrañamente confunde los colores, los olvidó (porque se los sabía).
Manipula cada vez menos, pero sus celos contra quien se me acerque se dejan ver al poco rato.

Es que debe quereme harto.
Dicen que los celos se manifiestan no tan sólo por un desequilibrio emocional ni por no quererse lo suficiente (este niño sí que se quiere), sino que porque con eso cree cuidar lo que es suyo y dejar en evidencia que le importas. Y este niño me cela más que si fuera propio.

Claro que trae canas, pero es lo más adorable que existe.
El primero que aprendió a caminar para cambiarse de cama y dormir con la tía.
El que le regala flores (aunque le diga que no las corte), me abraza y me hace dibujitos.

Es un pirigüín con cola =)
Y mi ancla que me ancla a esta vida y no otra.

Te amo.
Con todo el amor que se puede imaginar.
Que los cumplas feliz..

¡Gracias por existir!
Mi pequeño más lindo del universo.

martes, 29 de noviembre de 2011

Sin Laberintos

Hace mucho tiempo que no hablo de Mis Laberintos.
Tal vez nunca fue la idea hablar de ellos, pero se llega a ello casi inevitablemente.

A veces siento que soy muy débil, que las preocupaciones vanas y mundanas me carcomen.
Y que no estoy haciendo nada para contrariarlo.

Es que esos laberintos a veces me aburren, me abruman... ya no los quiero.
Porque precisamente no me gusta sentirme débil.

Otras veces sólo intento cerrar el círculo y decirle adiós a los laberintos,
empezar de nuevo, jugar... inventar cosas nuevas.

Me gustan las cosas nuevas.
También las personas nuevas, aunque sean viejas.

Eso de renovarse como se dice por ahí.

Amén.-

viernes, 11 de noviembre de 2011

Catalina y yo. (Cuento)


Catalina siempre ha vivido dentro de mí. Y con esto no me refiero a una metáfora extraña e incomprensible. Catalina es mi hermana gemela parásita, aunque a veces soy yo quien me siento como su parásito. La bauticé como Catalina Antonia mucho tiempo antes de saber o comprender su real existencia. Mi nombre es Antonia.

A veces siento como ella influye en mí, y a decir verdad, creo que yo era la gemela malvada. Pobre de mi hermana no nata, ella también podría haber sido una buena persona, como muchas otras en este mundo. Pues, yo no puedo hacerme calzar en tal grupito. Esto con independencia de mi postura frente a la maldad y a la bondad, que según yo son aspectos que todos poseemos, y que se manifiestan indistintamente dependiendo de las circunstancias y las decisiones de cada uno. Así, podemos tener actitudes buenas o malas, pero no ser bueno o malo. Pero en los conceptos tradicionales, sería malvada, no sólo por opción personal, sino a consecuencia de impulsos incontrolables, que Catalina logra apaciguar a veces.

Nunca tuve amigos imaginarios, pero sí una hermana, que en mi concepto no es una hermana imaginaria, aunque tal vez para el resto, para ti por ejemplo, pueda serlo.

Mis impulsos de niña traviesa los he acarreado hasta hoy, que tengo varios años más, lo que concuerda con las personas que dicen que se puede ser niño incluso en la vejez física. En parte tales impulsos (no todos podidos reprimir por quien habla ni por su hermana dentro de ella) me llevan hoy a querer hacer una reseña de ellos, y así poder pedir perdón al universo y poder irme en paz, porque puede que fenezca pronto. No digo que en todos los episodios haya arrepentimiento, pero me gusta intentarlo, aunque ya sepa la respuesta, reacción o consecuencia que obtendré. Al final de cuentas creo en que uno es su propio juzgador. Nuestro único juzgador. Por eso los inimputables, dementes e infantes, todos se van al cielo, porque no pueden ver el real alcance de sus actos. Me considero imputable.

Inevitablemente, Catalina es pelirroja de unos rizos desordenados y tiene pecas tupidas sobre la tez pálida de sus mejillas y pómulos, ojos rasgados color miel y una bella sonrisa. O así la imagino, porque somos gemelas idénticas.

Comienzo entonces, pero advierto que puede ser anacrónico el relato.
La primera vez que maté fue un otoño, hace años. Y esto lo recuerdo muy bien, porque hacía viento y las hojas secas de mi patio cubrieron su cuerpo un par de días antes que le encontraran mis padres. Fue sin querer. De hecho, yo le amaba, si es que se puede amar desde niña. Fernando fue mi compañero de curso ése año, teníamos siete. Estábamos jugando en mi cuarto en el segundo piso. Pueden imaginarse cómo ocurrió… fue un accidente. Me enfadé con él porque me molestaba por mi cabello y mis pecas, estaba cerca de la ventana.

Ésa vez fue la primera, aunque antes ya había estrangulado a un par de peludas mascotas, ahogado a otras tantas y sido cruel con los insectos que pululan por ahí. En particular me encantaba arrancarle las alas a los alados, para que no se escaparan después de su captura, luego los ponía dentro de un vaso boca abajo, para mirarlos hasta que dejaran de moverse. Al principio lo hacía para conservarlos como mascotas diminutas, pero siempre huían. Creía que las mariquitas no sentían dolor al desprenderlas de sus alas, aun hoy creo en eso, aunque acepto que pueda que sí lo sientan. Pero su dolor debe ser más pequeño, en proporción a su tamaño.

Desconocido se llama el segundo personaje al cual dejé sin respiración. Pero fue en defensa propia: cargaba con quince años y salía de la fiesta de una amiga. Se me abalanzó y reaccioné golpeándolo, caímos al suelo y lo único que se me ocurrió fue darle en la cabeza con una piedra algo grande que estaba a mi alcance. Lo dejé aturdido, pero como arruinó mi vestido blanco y sentía tanta rabia, le seguí pateando hasta que no tenía fuerzas. Ese impulso dentro de mí era el culpable: no me podía detener. Catalina dentro de mí lloraba.

Mi último novio quedó en coma, que es una especie de muerte. Y todo por un accidente en mi compañía, por mi culpa. Salí sólo con un par de rasguños. En realidad, y para ser honesta, nunca he podido tener novio. Todos mueren en el intento de serlo. Mueren o no pueden seguir viviendo, que es como lo mismo.

Tal vez por eso me volví tan malvada, porque de una u otra manera termino quedando sola. Mis padres siempre me han dejado sola, desde los diez años. Desde ahí para adelante no me interesa el resto, al final de cuentas siempre terminas quedando sola. Parece que nunca me han querido en serio, salvo Catalina Antonia. A los diez también supe lo de mi hermana gemela. Algo dentro de mí me hacía suponer años antes que “algo” me faltaba, pero que a la vez algo me acompañaba. Un alguien puede ser un algo en mi concepto, y a la inversa.

Antes de eso las muñecas no me duraban íntegras más de dos días, pero después de la noticia al menos cuidaba mucho de las que le regalaba a Catalina. Mamá se contentó con ver muñecas intactas, y creo que incluso me besó la frente aquélla vez que descubrió las muñecas de Catalina sin saberlo, porque pensó que aún eran mías. No le dije que ya no eran mías, los adultos no entenderían. Y me dejaron de llevar tan seguido a la amiga ésa psicóloga que tenía papá, qué bueno, porque me aburría. Cuando iba me dejaba sola en un cuarto viendo películas para ir con papá a la sala de al lado a examinarlo, según lo que me decía ella, porque supongo que quería que yo confiara e ella. Papá no sabía que yo sabía que él estaba ahí. Mamá por otra parte no me quería mucho, incluso sentía a veces que se alejaba de mí a propósito. La psicóloga me dijo que ella me tenía miedo. ¿Cómo creía que me iría a caer bien, con ese tipo de declaraciones? Tenía que estar muy loca esa psicóloga.

Un día llegué del colegio más temprano a casa, y curiosamente mamá estaba ahí. No me oyó, pero la escuché agitada y riendo y sollozando sonoramente. La espié por la ventana. Estaba desnuda con el tío Juan Pablo sobre ella, y él creo que le hacía daño, por eso supuse que lloraba. Tampoco le dije a papá. Pero quise que el tío no le hiciera más daño, y comencé a planear cómo hacer que se alejara de mamá. Un día cuando fuimos a su casa le puse una araña entre la cama, y en otra ocasión le saqué la lengua. Pero seguía yendo a mi casa, yo lo sabía porque cada vez que descubría de alguna manera que había ido a casa, mamá no discutía con papá por la hora en que llegaba sin justificación. Un día fingí sentirme muy enferma para que mamá estuviera conmigo, porque después el tío iba incluso cuando yo estaba en casa y me dejaban jugar en el patio largo rato. Un día le pregunté porqué le hacía eso a mamá y palidecieron. Nunca más lo vi por ahí, creo que fue porque entré con una tijera mientras hacía llorar a mamá y le corté su cosa que colgaba. El tío casi se desangra, pero papá nunca supo que eso le ocurrió en casa y que no fue una amante despechada, sino su hija tratando de salvar a su mamá. El tío no cuenta, porque no lo maté. Más tarde me di cuenta de qué se trataban todas estas cosas. No sé porqué siguen juntos si no se respetan, ni se quieren, ni menos a mí. Tal vez es todo mi culpa, y culpa de que Catalina esté donde está y de las malditas apariencias. Putas apariencias.

Me masturbé por primera vez dos años más tarde. Lo hice porque una  noche me ponía pijama y noté abultado mi pecho, me comencé a tocar los bultos y los pezones se erectaron, y mi entrepierna se humedeció. El roce se sentía bien, y la clandestinidad y todo eso, y el conocerme y descubrirme, por eso lo hice.

Después de eso Catalina no quería jugar conmigo, no me hablaba. Pensé en que sentía vergüenza, pero tal vez sólo dormía. Estuve muy triste ese par de meses de silencio y pegajosa soledad. Dejé de hacerlo un día en que Catalina volvió a hablarme y quiso jugar conmigo y sus nuevas muñecas de trapo. Ya ni veía a mis papás, creo que ni llegaban a dormir los dos, o ninguno algunas veces. Eso me daba lo mismo, Catalina me bastaba y era toda la familia que necesitaba.

Y llegó Arturo a mi vida, el hermano mayor de una amiga de curso. Un día fui de visita a su casa. Yo dormí en la cama que estaba en medio de la de Patricia y Arturo. Patricia dormía profundamente. Arturo conversó toda la noche conmigo y me gustó cómo me trataba. Otro día fui a visitarla porque no había ido al colegio, para llevarle los cuadernos. Arturo estaba solo y me hizo pasar. Patricia había acompañado a su mamá a ver a su abuela que estaba algo enferma, fuera de la ciudad. Quiso recibir los cuadernos y cuando nos despedíamos me dio un beso en los labios. Fue mi primer beso. Lo triste fue que esa misma noche le dio un paro respiratorio y se murió.

Estaba dispuesta a cualquier cosa por él… y ahora no estaba. Me enojé con Dios por permitir que eso pasara. Ya no me importaba nada, salvo que Catalina no me dejara sola otra vez. Y desde ese momento quise ser mala, decidí serlo. A Catalina no le gustaba la idea, pero mis impulsos de rabia y frustración podían más. Y Catalina, a pesar de esto, no me dejó.

Luego fue Roberto, que era novio de una amiga. Pero yo no sabía aún esto. Él me enamoró, y luego lo supe. Mi amiga me lo dijo y al día siguiente lo empujé desde las escaleras en el colegio. No me pude resistir, porque él me habló y envió un beso con la mano. Me acerqué y le empujé, sin que pudiera hacer nada, y volví a clases. Tenía catorce. Pero no pudo delatarme, porque también se murió. Vi llorar a mi amiga, pero fue lo mejor para ella también como para mí, Roberto no se merecía nuestro amor y respeto. Debo confesar que no pensé en que podía torcerse el cuello como lo hizo, sólo pareció un lamentable accidente. Creo que nadie lo vio, sino me habrían delatado. Me sentí algo mal, pero no dije nada, ni a Catalina. Pero de seguro ella ya lo sabía.

Catalina trataba de influir positivamente en mi ánimo, pero aunque quisiera escucharle, no podía. Ese sentimiento de venganza y eterna disconformidad podía más que dos voluntades juntas.

Después de todo esto quise no querer a ningún hombre nunca más. Pero conocí a Alberto. Él era distinto. Pero amaba a Cristina, una compañera de su curso, un año sobre el mío. Yo tenía ya dieciséis y hasta soñaba con él. Con ella coincidimos en aquella fiesta del vestido blanco que les decía, precisamente me la presentaron aquél día, y me fui luego de que Alberto llegara a medianoche a buscarle. Se veían tan felices…

Después del episodio de la autodefensa y del vestido blanco roto, Cristina se acercó a mí por pena quizás. Lo que ella no sabía eran los sentimientos descomunales e irracionales que sentía por su novio. Así llegué a conocer y acercarme más a Alberto. Y casi me derretía cuando estaba cerca de él. No sé si lograba disimular lo que sentía. Ella nunca lo preguntó, por eso nunca confesé. Queriéndolo o no, comencé a coquetearle. Cristina se sentía tan segura de su amor, que a veces lo descuidaba. Alberto se hizo mi amigo, ella nunca lo fue realmente. Y así Alberto se interesó en mí. Yo no sabía que ellos ya tenían relaciones, y me sentí estúpida cuando él me lo contó. Pero ese día también me dijo que hacía mucho que no lo hacían, y que se sentía descuidado y casi abandonado por ella. Yo sólo le dije que pensaba que su novia era una idiota por no prestarle la atención suficiente. Me miró algo turbado, más que mal nunca le había dicho nada parecido, a pesar de haberlo pensado tanto. Ay, Alberto. Tanto me gustabas, no te imaginas cuánto. Y creo que en ese momento lo descubrió. Quise irme, pero él se acercó a mí y me besó. Y luego el cuello, y yo me sentí en las nubes… Después desabotonó mi blusa hasta dejar al descubierto mis pechos. Me ruboricé, pero no le impedí que me los acariciara y besara. Luego me sostuvo contra la pared y sentí algo que se endurecía en su entrepierna… recordé a mamá y al tío, y salí corriendo. Nunca más quise verle, de pudor, de asco, pero ni siquiera tuve que esforzarme para ello, porque cuando corría tras de mí para ver qué me había ocurrido, lo atropellaron a la vuelta de su casa. El suceso salió en la prensa al día siguiente. Ya parecía maldición.

Ahora tengo veinte años y posiblemente me voy a morir. Catalina me dice que no será así, pero no siempre Catalina es escuchada ni obedecida, ni depende de ella este evento.

Tenía diecisiete y me fui a beber algo a la barra de un bar desconocido, siempre había querido hacerlo. Esa tarde salí a caminar, a respirar el frío y llegué ahí. Mis papás no llegarían, así es que no me extrañarían en casa.

Fui con mi vestido negro, mis botas cómodas de taco alto y un abrigo del mismo color, mi cabello suelto y un par de par de billetes en los bolsillos. Sólo quería verme linda para mí, y brindar por mis malos pasares, mi vergüenza encubierta, mi mancha que quería merecer al menos. Ser malvada en serio para que así todo tuviera sentido. Ése año salía del colegio por fin, faltaba muy poco para la graduación. Ya el resto se vería más tarde.

No sabía de la existencia de Julián, un compañero de colegio que siempre estuvo en el curso paralelo al mío. Ese día se me acercó y se presentó, y me dijo que desde el primer día en que me vio estaba enamorado de mí, y que nunca había pensado en nadie más como lo hacía de mí. Lo sentí algo perturbado, como nervioso, como si estuviera en la apuesta final, el todo o el nada. Me inundó una ternura tan inmensa, que lo dejé sentarse a mi lado.

-        Tal vez son tus lentes los que te hacen creer en que soy de una forma, pero no te confundas.
-        No, no es eso, de hecho no uso lentes, estos son de descanso de mi hermano… me los puse para que no me reconocieras, disculpa pero te vengo siguiendo desde tu casa.

Fruncí el ceño y me pareció un tanto obsesivo y psicópata. Y se lo dije.

-        ¿Qué esperas que piense de lo que me acabas de decir?
-        No creas que lo hago siempre, sólo lo hice hoy, porque me decidí a declararme. Lo siento si te hace sentir incómoda.
-        ¿Qué quieres?
-        Que seas mi novia.

Ahora me parecía atrevido y con poco tacto. Ni siquiera le había visto antes, al menos no le recordaba.

-        Pero si nos venimos conociendo sólo hace cinco minutos, ¿cómo crees?
-        Nos conocemos hace años, desde que llegaste al colegio. Es triste que tú no recuerdes haberme visto nunca antes. Tal vez sea porque crecí, o porque nunca te has interesado en nadie durante los recreos en el colegio. Sin embargo yo, cada vez que no te veía era como que me faltara un poco de aire.
-        Tal vez sólo quieres compañía para la fiesta de graduación
-        No pensaba ir

Quedé atónita. ¿Realmente sería posible lo que me decía? Me habló de los profesores, de mis propios compañeros, todo parecía tan natural… pero jamás lo había visto, o al menos no lo recordaba. En verdad siempre sólo le prestaba atención a mis asuntos, nada más. Eso le daba la razón.

-        ¿Te puedo invitar algo?
-        Una cerveza, gracias.

Y bebimos, y nos reímos. Y él me miraba tan dulcemente que me sentí engañándolo. ¿Cómo sería posible que alguien sintiera algo así por mí? Tal vez no me había observado bien, ¿cómo podía estar tan confundido?
Luego lo observé bien y me pareció de pronto muy guapo. Pero también sentí lástima por él.

-        Antonia, ¿quieres ser mi novia?
-        No - le respondí secamente – Pero podemos conocernos si quieres.

Nos bebimos la cerveza y le invité a acompañarme a casa. Brillaron sus ojos. Él vivía, según su descripción, cerca de mi barrio. Las hojas volvían a caer, era otoño otra vez.

Recordé a Fernando. Pero eso no se lo dije.
Llegamos a casa y le dije si gustaba acompañarme a entrar, que mis padres no llegarían. Lo noté nervioso otra vez, pero accedió. Dentro, encendí la estufa, me saqué el abrigo. Me dijo que me veía maravillosa. Tal vez me sonrojé, pero no debió notarlo, estábamos a media luz.

Comimos algo, bebimos una copa de vino añejado de la colección de papá, a riesgo de un buen reto. Bah, me daba lo mismo, las cosas son sólo cosas. Y si están para ello, hay que consumirlas. Reíamos nuevamente, pronto le enseñé mi cuarto. El vino se me subió a la cabeza, y le dije si quería que le bailara (sin alcohol en mi cuerpo jamás le habría propuesto algo así).

-        Haz lo que quieras, estás en tu casa. Me siento feliz en tu compañía.
-        Nunca he estado con un novio en mi cuarto…
-        Dijiste que no querías ser mi novia
-        Las personas siempre dicen muchas cosas
-        ¿Quieres ser mi novia?
-        Ahora sí, ahora te conozco lo suficiente

Se acercó y me besó tan apasionadamente que creí que me desvanecería en ese beso.

-        No soy virgen – me dijo.
-        Ni yo soy Jesucristo – y reímos.

En verdad, ambos lo éramos, pero eso lo supe después.
Me besó el cuello, la piel de la espalda descubierta por el vestido. Me besó los cabellos, la nariz. Yo le acaricié el torso. Y apreté su cuerpo firme con mis dedos, mis huellas estaban sobre toda su espalda. Me comenzó a bajar el cierre del vestido, pero al parecer no sabía cómo. Tal vez los nervios, pensé. No, no sabía que tenía que desganchar primero. Y sonreí porque lo descubrí. Le ayudé y bailamos sobre la cama, como dos ebrios de deseos. Luego lo desvestí, lo acaricié y al verme en ropa interior respiró más agitadamente que antes. Me besó los pechos con tanta dulzura que creí que era un ángel, pero luego cuando intentó introducirse por mi entrepierna con la suya, creí que se me partía el alma del dolor. Pero eso fue la primera vez. Fue una noche increíble, sentir su aroma, su cuerpo. Todo espectacular, como las cosas que surgen espontáneamente, y todo tan armónico, que nadie me lo podía quitar. Despertamos abrazados a la mañana siguiente. Y recordé la maldición.

Pero ese día me llamó y todo estaba estupendo. Dos días y nada trágico. Genial, pensé. Ni ganas de hacerle daño tenía, esto realmente era distinto. Hasta que al tercer día le vino una parálisis muscular y no pudo volver a levantarse. Los médicos dijeron que era muy extraño y al parecer, degenerativo. No soportaba verlo así, sus ojos me decían vete, no me veas así, no sientas pena por mí, no quiero ser tan lastimoso. Lloraba todo el tiempo. Y cuando los médicos dijeron que no había vuelta, preparé su muerte. Él no hubiese querido seguir así, ni mucho menos empeorando.

Fui al psiquiatra, y él me hizo escribir un ensayo sobre mí y Catalina.
Ha sido la primera persona que ha escuchado sobre ella, y me dijo que era ella la responsable de mis alteraciones mentales. Yo no creo tenerlas. Le dije que Catalina era la gemela buena, pero no quiso atender a mis dichos. Dijo que hay que extirparla, tanto física como mentalmente, si es que no era sólo una invención mía, pero esto último no lo dijo, aunque lo insinuaba su lenguaje corporal y su entonación al referirse a Catalina.

Catalina, no obstante, me dice que le cae bien el médico, que es bien parecido, joven, atractivo e inteligente, y que no estaría mal hacerle un favor de los que le hacía la psicóloga a papá o mamá al tío Juan Pablo. Que eso sería adecuado, y sería una forma de agradecerle por su gentil trato. No sé si Catalina esté al tanto de lo que llamo mi maldición, tal vez no lo haya notado, porque no le he dicho expresamente y no tiene por qué especular. Y que esto de agradecerle, ayudarle a desestresarse al psiquiatra, debía ser antes de que leyera este breve relato, esta “terapia” de reconocimiento, como la llamó. De paso, me ayudaría a mí también al desestrés y a pasar un agradable momento en su compañía. Por eso me puse el vestido rojo escotado y las medias caladas bajo el abrigo ajustado para venir a la cita de hoy...

martes, 8 de noviembre de 2011

Gato perdido


Cambiar para que todo siga igual. Eso es un gato perdido.  Cambiar para lograr el mal menor. (O tal vez sea sólo un gato sin olfato, o bien, gato viejo y prófugo que sólo busca sentirse pertenecer y no molestar al resto ni entorpecer su normal funcionamiento en esta sucesión algo ininterrumpida de imágenes y sensaciones). Así, tal cual. Gato perdido. O vagando por las noches eternas, o verificando que ya no te pueden ganar sobre tu pérdida, o mantener un virtual empate, hacer tabla. O sólo ser parte de ese inmenso auditorio, perdiéndote entre sus jugos y delirios, sin aportar una idea nueva o satisfactoria.

Porque uno va jugando, va apostando, poniéndole… pero eso no es más que un sutil aporte, burdo, pequeño… diminuto. Ínfimo, hasta nimio. Lo que debe dar cada cual para tener lo que se supone debe tener cada cual. Un eslabón más de la interminable cadena, sin mérito, cumpliendo sólo expectativas.

Mi problema es que a todos le encuentro una gracia particular. Que me voy encantando con todo el resto. (Pero es que). Por otra parte creo tan firmemente en la monogamia, y en que a pesar de nuestras características humanas tan marcadamente infieles, podemos estar con una sola persona a la vez.  Porque chocan estas dos realidades y verdades tan mías como tú.

El tiempo es tan relativo, pero al fin y al cabo siempre es un gato perdido

domingo, 16 de octubre de 2011

Constanza decide morir

Y Constanza no se parece a Verónika.
Ese no tener ganas de sacar fuerzas ni de seguir
Esa nebulosa constante en el cuerpo, un cansancio que supera todo esfuerzo físico

El egoísmo, la maldita autocompasión
El querer que alguien se dé el tiempo para rescatarte de ti misma

Constanza no quiere seguir
Sus decisiones, digámoslo, han sido de lo menos asertivas
pero ella sigue en su mundo que no quiere que siga siendo

Ni siquiera esos dos luceros resplandecientes encienden una luz suficiente para arrasar con el frío
Eso es lo más triste que veo desde aquí
Y Constanza no escucha
Y Constanza nada quiere
Y Constanza va y viene

Constanza nada más quiere

lunes, 10 de octubre de 2011

No lo hagas


Ese color a Cabernet Sauvignon derramado en la alfombra blanco invierno. Ese confundirse con el otro, mezclando sabores y colores por todas partes. Ese recordarme en su boca, entre sus piernas, sobre su suavidad de caramelo y de miel. Ese despertarme solo en el departamento, sin su abrazo mañanero. Ni un solo beso de despedida, ni una prenda olvidada para tener la esperanza de que vuelva en su rescate. Ya sabía que invitación a beber es un “Mira, me gustas, podríamos tener sexo, pero nada más. Nada serio”. Pero es que era la excusa perfecta, le gusta el vino y ella no me parecía mal, tenía un algo que me atraía. Ahora estoy elevándome al recordarla, embobado… cómo no me di cuenta antes. Y ahora ya no está, se fue con la noche, maldita sea.

Llamarla o no, he ahí el dilema. Soy un fiasco, un pelotudo. Si la llamo, tal vez piense que estoy forzando las cosas. Si no la llamo, significa que no me interesa que nos sigamos viendo de esta manera. Bendito dilema. Siempre supe que las amigas no se comen.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

A veces

Ay, me pasan cosas...
Cosas raras, cosas curiosas.

Tal vez la falta de sueño, o el frío.
O el hambre.
O el ejército de recuerdos circundante.
O la mezcla de todo junto y revuelto.

Yo ya no sé...
Es psicodelia de texturas en mi cabeza, queriendo huir
queriendo salir, ahogarme de sensaciones

Y nada más estoy aquí, entregándome a medias

sábado, 3 de septiembre de 2011

La cosa en el espejo


La cosa salía todas las noches desde el espejo, a recorrer calles, a espiar, a sólo ser lo que sabía ser bien: una cosa curiosa. Tal vez por ello no se deben dejar espejos al descubierto en los dormitorios, porque la cosa puede salir y asustarse. Es una cosa curiosa. Se arrastra la cosa como una sombra, como una masa incorpórea que inunda todo lo que toca, para poder husmearte mejor.

Es una cosa curiosa, y también curiosa es.
Con los primeros rayos de sol, corre a esconderse en el espejo más cercano, tal vez por miedo a evaporarse, tal vez por mero capricho, tal vez para cumplir parte de su tarea: reflejar lo que vemos en algunos espejos.

La cosa se revuelca y retoza, a veces nos hace falsear los reflejos, pero sólo lo hace porque es curiosa. Y hay muchas, miles, millones de cosas curiosas pululando por ahí, alimentándose del ruidoso silencio de las noches.-

miércoles, 24 de agosto de 2011

Zarpazo infame


Y llegada la hora de horas, enmudezco de pavor. No sé vivir. Llega esa hora en que se estrecha nuestra naturaleza contra nuestra carne, y te la rasga, te la agrieta, te la hace gemir. Y maldigo la maldita hora, la maldita señal del instinto. La cobarde, pérfida e inmunda forma de sentir. Estarse revolcando mucho tiempo sin lograr sentir algo, y cuando menos te lo esperas, cuando no lo necesitas, la vida te da una maldita bofetada en el centro de la cara, te arrodilla y te humilla. Te hace ver que no puedes contra ella.

Y sientes. Adentro algo se enciende. Y juras por Dios y por el Demonio que no querías, pero que algo te susurraba que vendría sin que pudieras hacer nada. Como sintiendo funestos presagios dentro de tu cabeza un par de horas antes. Querer evitarlo, pero no poder contra sí mismo.

No sabés lo difícil que me es sentir a veces, pero sólo el querer intentar dejar de hacerlo parece absurdo y hasta maligno, cruel. Sólo el tiempo puede, sólo el tiempo puede ser ancla. Ancla que me ancla a esta vida y no a otra. Que me hace tambalear sobre mares inconclusos. Pero que me mantiene a firme en el fondo.-

martes, 23 de agosto de 2011

Casi inconclusa


Hoy rompí el cascarón. Abandoné la crisálida.
Había estado tan pasiva, apagada, atada a las sábanas.
Hasta me empecé a enfermar, supongo que como consecuencia del aburrimiento, el tedio, la inercia, de la inamovilidad.

Mis nexos con el mundo externo se reducía a un par, por decirlo de alguna manera. Pero ese nuevo aletargamiento, esa casi completa ausencia de color, tocarlo con las manos, saborearlo en el paladar, hundiendo mis costillas y abultando el vientre. Más tejido adiposo, más pilosidad. Más uñas que cortar. Ese evitarlo todo y entregarse irremediablemente al dormir, ese paralelo o pausa que ya estaba transformando en mi principal actividad diaria. Extrañar a un par de personas, pero sin poder afirmar que las necesito.

Pero, hoy apareció la primera luz… salgo del cascarón.
Y es distinto, y es con colores. Y quiero ser inmensamente yo. Externamente yo. Infinitamente yo. Universalmente yo. Rotundamente yo… Yo, sin más.

Sentía que algo recorría mis venas muy lentamente, como veneno, como suero, tal vez como antídoto, tal vez como alucinógeno o tal vez como adormecedor o incluso tal vez como alcohol estancado en mi cuerpo.

Y era como en cámara lenta, podía percibir su influjo, como iba actuando en mí, pero no podía alejarme… sentirse como una adicta, que quiere escapar y no puede. Que trata, pero vuelve a recaer, pero incluso más intensamente o más dramáticamente, porque ni siquiera intentaba salir. Lo constataba solamente, me decía a mí misma que estaba mal, pero ningún vestigio real o verdadero había en mí que me impulsara a otra cosa. No sé vivir sin presiones, eso asusta.

Pero me incorporé y me miré al espejo.
Ése fue suficiente impulso esta vez.

lunes, 22 de agosto de 2011

Moraleja. (Sacrificio Necesario).

Era ése monstruo salvaje que se comía los ojos de la gente.
Un monstruo abominable y sin remordimientos, porque era humano.
Oh, sí… Los humanos son los monstruos más abominables y feroces, sin piedad e insaciables.

Era un monstruo ciego, pero poseía un olfato como los dioses, o como los demonios podría decirse también, elija usted. Tan poderosamente tenía desarrollado el olfato, que podía ver a través de lo que recibía su nariz. Las esferas de colores sólo emulaban ojos, pero tan perfectamente que nadie notaba su defecto, su falta de visión. De hecho, varias veces hacía de chofer, conocía las calles como si él mismo las hubiese diseñado y construido con sus propias manos. También tenía una capacidad para olfatear los pensamientos predominantes en una persona, si la tenía lo suficientemente cerca. Gustaba de ojos femeninos, ojos jóvenes de preferencia, daba lo mismo su color (podía descubrir este detalle fácilmente), pero la edad sí que era determinante. Aunque no sería difícil descifrar cuáles eran sus obsesiones, además de los ojos, claro está. (Sudor y muslos femeninos, el zumo de las entrepiernas cuando están preparadas para la cópula, para no venirnos con rodeos anticipados).

Como decía, este monstruo podía llegar a ver a través de lo que olfateaba. Y el resto era todo mandíbulas. De hecho, a mí me arrancó un trozo del músculo externo del brazo y otro tanto del gemelo, ambos del lado derecho, y desde aquella vez (la semana pasada) soy manca. Por fortuna, soy ambidextra o ambidiestra, que es lo mismo. Y era un monstruo mucho más abominable aún porque era irresistiblemente atractivo (no sólo físicamente), sensual (por decirlo de alguna manera), relativamente joven (todavía fresco, puesto que su edad nadie nunca la supo) y aromático (extremadamente envuelto en su aroma perfecto, agradable a todo paladar olfativo). Así, sus víctimas caían voluntariamente e incluso se les ofrecían, tal vez en lo más profundo intuyendo su porvenir luego del episodio que estaban dispuestas a protagonizar. Ese maldito monstruo les daba el mejor sexo oral de sus vidas, y cuando no podían gemir más de placer, les lamía los párpados y las cegaba tan rápidamente que sólo lo notaban luego de que el fuerte efecto de la excitación, del éxtasis, de la divina dicha, de la pequeña muerte se comenzaba a desvanecer de sus cuerpos satisfechos. Algunas de las cuales sólo podían reaccionar al día siguiente, y al darse cuenta de las cuencas vacías, lloraban, pero lloraban de alegría porque les embargaba el alma una paz eterna, que se decían así mismas “ya puedo morir en armonía con el universo entero”. Muchas se suicidaban al par de días obsesionadas por el germen de seducción que les implantaba este monstruo, que no las dejaban seguir con sus vidas normales, ni un pelo se dejaban tocar por sus propias parejas, para no dejar de saborear en sus mentes la embriaguez de haber sido víctimas del monstruo terrible del que les hablo.

Era el monstruo más encantador y fascinante que pisara la tierra, Monstruo de Monstruos. Su aroma enloquecedor y relajante como la más dulce de las morfinas, era miel pura para ellas, en su más íntegra perfección. Me propuse matarle. Tuve gran fortuna al salir sólo manca del acercamiento aquélla vez. Anoche no tuve la misma suerte, pero valió la pena. Fui la última en saciar su sed de ojos frescos, y de paso le arranqué los propios (ya sabemos que falsos, sólo adornos, como pude comprobar en ese instante) para guardarlos a modo de trofeo (de recuerdo más bien).

Pero lo que más disfruté de anoche… aunque ya se lo deben imaginar: fue pasar mis dedos aún vivos por el hueco que dejé al arrancarlos. Sí, también le amé con lujuria y pasión - y sin control - antes de librar al mundo de tan peligroso ser. Por ello fue que no pudo oler más que mis pensamientos más intensos, y no descubrió mis intenciones de matarle… porque tanto como lo quise ver lejos de este mundo, le deseé descomunalmente desde la primera vez que nos cruzamos, desde eso ha de ser unos tres años. Me gusta pensar en que lo redimí. Y no puedo negar mi más loca complacencia por haber sido la última en sentirlo, tan monstruoso como alucinante, entero entrando por mis poros, por mis fosas nasales, por mi lengua, por mi ombligo y mis sienes encabritadas a decir basta. Hasta agradezco su existencia. Aunque estoy segura que no soy la única, todas y cada una de las sobrevivientes a su ataque letal no lo olvidará. Yo, definitivamente, no lo haré.

Llevo sus ojos de llavero, sus ojos canicas, de vidrio esmaltado; sus ojos con los cuales (ya a estas prematuras alturas) me es imposible no ver lo tenebroso que es no poder llorar su partida, porque de su lamida final, me arrancó hasta la raíz de los lacrimales. Era el riesgo que estaba dispuesta a correr.- (Fin de la transmisión)

Moraleja:  No se necesitan sólo animales no humanos para dar a conocer     una buena moraleja a quien quiera leerla, y a quien eventualmente pudiere interesarle. “Las mujeres están dispuestas incluso a perder los ojos sólo por un buen sexo a cambio”.

domingo, 21 de agosto de 2011

Ésas costumbres

Tengo la errada y triste costumbre de ir viviendo esta vida como la vivo.
Errada, puesto que no hago más que aquello que quiero cuando quiero.
Y esto no puede ser más triste, puesto que desde que vivo, nada quiero.

Me urge un ideal, aunque sea abstracto. No sé, tal vez una maldita motivación absoluta. Y que no sea mezquina, ahí está la gracia, debe ser inegoísta, aunque esta palabra no exista. O puede que las motivaciones no puedan ser inegoístas, o no dejar de ser egoístas, que es lo mismo. Tal vez por lo mismo puede que no exista esa palabra, sí, por eso debe ser. Sólo se puede ser egoístas en las motivaciones. Porque las experiencias son totalmente personales.

Da igual, sin motivaciones reales no vale la pena.
Cualquiera puede vivir, en su sentido fisiológico, cualquiera puede respirar.
Lo interesante son aquellas cosas que te quitan momentáneamente la respiración. A eso llamo motivación.

(Aunque es una motivación vista a la inversa, desde cuándo se logra, como si la descubrieras y luego la vuelves tu motivación. Esto nos lleva inevitablemente al experimentar, porque nadie te puede enseñar a sentir, nadie, salvo tú mismo al enfrentarte al mundo y recibir estímulos).

Pero como dije, me basta una motivación abstracta.

sábado, 20 de agosto de 2011

Sueño CLV

¿Has soñado alguna vez con un eclipse de sol sin verlo, pero que sabés que es un eclipse de sol?

Estaba en mi escuela, porque supongo que lo era… mesitas de escuela (para dos) y sillas de escuela (de las sin mesita incluida, como de comedor, pero de escuela, de color blanco). Y se iban mis compañeros (sin rostro en mi sueño), indeterminados, e iban dejando la sala cada vez más vacía, pero yo me sentía constreñida a quedarme, porque a mi lado estaba sentado, probablemente después de la clase, yo qué sé, un profesor de la U que es algo calvo. Pero yo no salía, tal vez por el temor reverencial, tal vez por mero respeto, o tan solo por mi extraña simpatía a los hombres mayores.

Y yo sabía que afuera por ahí cerca me esperaba mi mejor amigo de infancia, me esperaba con su cara de niño que tanto amaba. Pero no sé si era él o sólo era alguien más disfrazado de él. Porque lo otro que amaba de él no se presentía, ni siquiera podía adivinarse tras su incesante espera. No, no era él, era una cáscara solamente, porque temí su ira, su impaciencia, su desesperanza, darle explicaciones por mi retraso, mi ausencia. Y sé que no era él por esto mismo, porque él no es así, nunca lo fue, le recuerdo inmutable en mi cabeza, ingenuo, digno de las mejores calificaciones morales posibles, bueno de adentro, sencillo, sensible… compañero de pasados, mi amor inconfesado. O confesado, pero siempre puro y sin manchas.

Hasta que ese profesor me sacó de quicio, sentí que se acercó mucho, me sentí incómoda y me largué de ahí.

Y me fui por otro lugar, porque no me vio mi amado amigo de infancia.
Me sentí muy mal por ello, pero si me quedaba a darle explicaciones no llegaría a mi cita con mi actual novio. Así es que corrí (supongo) o simplemente aparecí, llegando tarde para variar a mi reunión con mi pinchudo más lindo del mundo. Pero, acto seguido a llegar y antes de que pudiésemos ir a cualquier otra parte, sobrevino el eclipse de sol. Aunque no lo vi directamente. Creo que eran las cinco de la tarde…

¡Oh, qué bueno que nos encontramos antes del inesperado eclipse!- me dije. Y era un eclipse total, el que no esperábamos, completamente impredecible y se quedó allí instalado hasta que desperté.

Había un caos con la oscuridad, en la oscuridad, todos teníamos que correr, huir del resto, porque querían hacernos daño, tal vez asaltarnos aprovechándose de la oscuridad. Entonces comenzamos a correr, pero en el suelo había una especie de barro negro en el cual nos resbalábamos sin caer, mediante el cual podíamos avanzar más rápido por efecto del patinaje. Estábamos en el centro de Concepción, fuera de la plaza. Intentamos correr y dirigirnos a casa de mi tía, pero no lográbamos dar en el lugar, o sea, era como que después no queríamos que nos siguieran allí (porque nos perseguían), y mi novio me tomaba de la mano para que avanzáramos más rápido y yo me elevaba como si fuera un globo, y cuando nos cruzamos con cables del tendido eléctrico, me soltaba y después le volvía a dar la mano… y así dimos una vuelta a la manzana entera y tratábamos de arrancar todo el tiempo, de correr, y yo de volar más rápido guiado por él, porque sino me iba hacia arriba y más arriba… no intenté quedarme con los pies en el suelo porque me gustaba sentirme flotar, estar suspendida en el aire, a pesar de la sensación de miedo tanto por el acontecimiento inusual como de las consecuencias de quedarnos a merced de quien pudiera hacernos daño. Y en el sueño no me preguntaba el porqué de elevarme de esa manera, aunque era como algo tácito, porque si había un eclipse de sol que llegó tan de improviso, tal vez no era más raro el elevarme del suelo y ser una niña globo.

Tuve durante todo el sueño la sensación de falta, por llegar tarde a mi cita y por no llegar o no presentarme en la primera mitad del sueño ante mi amigo. Y la sensación de que tanta oscuridad (eclipse de sol y barro negro como alquitrán sin olor) no era bueno.

No recuerdo nada más.